Trabajos: “Cuando estás arriba sólo pensás en que querés bajar”


Hace 16 Hs 6 5 Por Lucía Lozano
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COLGADO EN EL VACÍO. El limpiavidrios trabaja en un edificio de Las Piedras al 600, en barrio Sur. LA GACETA / FOTO DE ANALÍA JARAMILLO.-
La cuerda de la vida. O la soga de descenso está bien amarrada a su cuerpo. Ahí arriba, a siete pisos, trepado a una escueta silleta, está Eduardo Palacio. Un viento infernal lo separa hasta cinco metros del edificio que se encuentra frente al parque 9 de Julio. Se hamaca. Intenta acercarse a esa superficie que tiene que dejar impecable. “Tirate”, le grita su compañero desde la vereda. Pero el joven colgado solo ve las señas. No oye nada. Apenas le llegan algunos ruidos.
Tirarse no es ni más ni menos que arrojarse al vacío en la jerga de los limpiavidrios colgantes. Solo que con las medidas de seguridad adecuadas. Palacio recuerda esa experiencia como la más desafiante en su trabajo, que ejerce desde hace dos años en los edificios tucumanos. Nunca en su vida había hecho alpinismo. Ni siquiera había trepado un techo. Pero cuando en la empresa para la que trabaja (Beta) le preguntaron si se animaba a hacer la tarea, él se la jugó.
Hizo cursos y entonces llegó el día “D”. Tenía mucho miedo, confiesa el joven de 27 años y padre de una beba de tres meses. Estuvo en la terraza un largo rato. Intentó colgarse cuatro veces. No se animaba. Hasta que tomó valor y se lanzó. “Me temblaba todo el cuerpo; imagínate cómo limpié ese día”, recuerda.
Aunque ya se acostumbró a limpiar edificios de hasta 15 pisos, todavía tiene miedo cada vez que se sube; un miedo que se traduce en mucho respeto. Trata de no mirar para abajo y hacer bien su tarea para descender cuanto antes. “Porque cuando uno está arriba solo piensa en bajar”, cuenta mientras prepara todo para subir, esta vez, a un edificio de Las Piedras al 600. Tiene que llevar la escobilla, el balde, un secador y un cepillo. Sus compañeros preparan todas las medidas de seguridad. Abajo delimitan un área de seguridad con conos naranjas y cadenas blancas. Arriba, en la azotea, se encargan de vigilar que las cuerdas estén bien enganchadas.
Palacio es uno de los pocos que se animan a la soga, porque ahora ya hay tarimas que se mueven impulsadas por energía eléctrica. “Esto no da para andar con descuidos, no hay márgenes para cometer errores”, comenta. ¿El peor momento? “Cuando hay mucho viento o cuando se te cae una herramienta porque hay que bajar y volver a subir”.
Es una tarea que exige mucha destreza y buen estado físico. A la familia de Eduardo al principio no le hizo ninguna gracia la tarea. ¿No podrías dedicarte a otra cosa?, le preguntaron. Hasta que él les explicó: en su labor se utilizan equipos y elementos probados y aprobados por las normas de seguridad establecidas. Son obligatorios el cinturón de seguridad, el arnés, el descensor. Hay dos sogas. Si una se rompe, siempre queda la otra.
Limpiar su propio reflejo en el vidrio y que al otro lado los oficinistas sigan con su rutina. Ver pasar a la gente como hormiga, que lo filmen y le saquen fotos. A todo eso se habituó Palacio. Nunca estuvo en una situación de riesgo. Pero la sensación de que el peligro lo acecha es algo que jamás lo abandona.

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