Mi padre y la Primera Guerra Mundial ...William Chislett

Mi padre luchó en Francia en la Primer Guerra Mundial, cuyo centenario se conmemora este año a los cuatro vientos. Con 21 años resultó herido en la batalla del Somme en 1916, una de las más largas y sangrientas, con más de un millón de muertos o heridos en ambos bandos. Fue llevado a Inglaterra para recuperarse y volvió a otras batallas en Francia.
William Chislett
No le gustaba hablar de sus experiencias. De niño (nací en 1951), cuando intentaba sacar el tema solo me hablaba de la enorme cantidad de barro (hasta un metro de profundidad) y de dos hurones (domesticados supongo) que tenía para quitar de las trincheras las ratas que comían a los muertos. Para relajarse del horror, ponía discos de gramófono en su trinchera. En mi muy activa imaginación yo le veía rodeado de bombas, gas mostaza y centenares de caballos muertos escuchando felizmente sus discos favoritos de música clásica (de 78 rpm).
A diferencia del escritor Robert Graves (nacido el mismo año de mi padre), en los últimos años de su vida él no revivía los horrores de la guerra, algo que fui testigo cuando visité a Graves en su casa en Deià, Mallorca, para entrevistarle pero no fue posible mantener una conversación con él.
Por ser el centenario de esta tragedia y el 30º aniversario de la muerte de mi padre con casi 90 años, me he interesado mucho más, no solo por esta supuesta “guerra para terminar con todas las guerras”, sino también por el entorno en Inglaterra antes del conflicto. En el verano pasado, descubrí en un pueblo en las afueras de Oxford, mi ciudad natal, un monumento conmemorativo de la Primera Guerra Mundial con los nombres de otros dos antepasados míos que murieron en Francia.
Gracias al nuevo y cautivador libro de Mark Bostridge, The Fateful Year: England 1914 (“El fatídico año: Inglaterra en 1914”), publicado por Viking, empiezo a entender mejor el mundo que mi padre dejó atrás cuando se alistó, un mundo que nunca volvería a ser igual.
El libro divide el año 1914 en tres partes: los primeros meses (enero-abril) cuando la posibilidad de una guerra civil en Irlanda entre nacionalistas y ulstermen (protestantes partidarios de quedarse como parte de Gran Bretaña), y no con Alemania, fue vista como la principal amenaza; los tres meses siguientes (mayo-agosto) cuando estalla la guerra; y los últimos meses del año con el mundo cambiado para siempre.
El autor cuenta hábilmente algunas historias y eventos de la época: la cuchillada al cuadro “Venus del espejo” de Velázquez por la sufragista Mary Richardson en la National Gallery de Londres; la colonia de poetas, incluyendo Edward Thomas y Robert Frost, establecida en un pueblecito; la celebración de la tradicional fiesta nacional el 3 de agosto (Londres declaró la guerra a Alemania al día siguiente) y la obra de Gustav Holst “Los Planetas” compuesta entre 1914 y 1916 (una de sus piezas más dramáticas, Marte, el dios de la guerra, parece prever la guerra).
Holst se quitó el von de su nombre por miedo a ser identificado como alemán en un momento cuando muchos extranjeros estaban bajo sospecha de ser espías. Un espía alemán de verdad, Carl Hans Lody, fue fusilado en la Torre de Londres, la primera persona en ser ejecutada allí desde 1747. El ambiente era tan antialemán que la obra “Don Juan” de Richard Strauss, programada en un concierto en Londres bajo la batuta de Sir Henry Wood, fue cancelada en el último momento y reemplazada por el “Capriccio Italien” de Tchaikovsky. Hasta el gran compositor Vaughan-Williams fue detenido mientras caminaba en el campo, después de ocurrírsele de forma repentina la cautivante melodía para “The Lark Ascending”. Estaba sentado escribiéndola en su cuaderno cuando un boy scout le acusó de dibujar un mapa para el enemigo. El compositor, cuya sordera durante su ancianidad fue debida a su exposición prolongada a la artillería en Francia, aceptó ser acompañado a una comisaría de policía.
Los Archivos Nacionales británicos se han sumado hace poco al centenario colgando en la Red 300.000 páginas con escalofriantes relatos de soldados que suponen solo una quinta parte del material disponible. No son cartas de los reclutas a sus familias o sus amigos. Son los diarios de la guerra en el frente occidental, en Francia y Bélgica.
He entrado en el fondo documental para ver si hay algún escrito de mi padre. El objetivo es que a final de año estén digitalizadas la totalidad de los 1,5 millones de páginas. ¡Ojalá que encuentre algo!

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