Hay ocasiones en que el simple hecho leer una oración, un primer renglón, es más que suficiente para embriagarme. Como hilo de media, no me puedo detener. Debo leer sin parar. Lo que sea que cruce mis ojos contribuye con el trance: páginas de libros, revistas, cómics, chismes de farándula, notas insulsas e imbéciles, comentarios que sobrepasan la estupidez promedio… todo. Pero ese mismo entusiasmo se agota en algún momento. Así como el inicio fue automático e inexplicable, de la misma forma termina el embrujo. ¿Cuándo reiniciará? ¿Cuándo experimentaré algo parecido? Desgraciadamente pueden pasar meses, muchos, antes de que el inicio de un texto me entusiasme hasta caer en el paroxismo lector. Entonces, y casi de la nada, me pregunto si el acto de leer se asemeja al de escribir. ¿Ambas acciones se pueden analizar de igual manera? Hace poco leía que la inspiración que mueve al escritor para realizar su obra se da a partir de un conjunto de situaciones específicas. Todas ellas e...