Felipe Salazar

NOCHES DE MORFINA 

Siglos se le ha dedicado al deseo empecinado de la vida eterna: pócimas mágicas, piedras exóticas y millones de estudios científicos. Ideas inusitadas como la reencarnación o un cielo– que sí existe pero que no es más que el hermoso panorama que sus ojos ven a diario, pero con el que no se conforma.1– lleno de Palacios con puertas de oro y marfil, pisos de diamante y lámparas de cristal de baccarat. (Dése cuenta de que el ser humano conserva avaricia inclusive cuando piensa para donde se irá después de que su ataúd sea bajado por los sepultureros a los pocos metros de profundidad donde vivirá el resto de su muerte.) 

En ocasiones me despierto agitado, con ansias de morir, y evoco fragmentos de muerte; el más singular y que llega con más fuerza es el de La metamorfosis: Gregorio Samsa es herido por su padre con una manzana para luego morir– Bueno, en realidad no es Gregorio es Kafka que describe con vehemencia y un toque de fantasía la muerte que le propiciaría su padre en esas condiciones y crea a Gregorio para que se encargue de narrar la historia– y yo también deseo morir, pero recuerdo que mi papá me quiere mucho y que la vida es tan real y la muerte tan segura que no tendré tiempo de convertirme en un insecto para morir por el golpe de una manzana que arrase con mis suspiros. Así que deduzco, que si no me concientizo de que la muerte es algo ineluctable, moriré loco pensando cuántas personas mueren cuando termino de escribir una palabra y que la única manera de descansar de la muerte es vivir este fragmento de vida con pasión y hacer de la escritura la morfina de mis noches de insomnio. 

1. El amanecer, el atardecer y la luna en cualquiera de sus etapas. 

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