PARÍS ERA UNA FIESTA ... Por Cristina Peri Rossi

Fueron otros tiempos. El principio de nuestro siglo, más exactamente de 1900 a 1940. Cuenta la historia, cuentan las leyendas que, entonces, París era la capital cultural del mundo y, por eso, los artistas, los pintores, los poetas, los vagabundos, los extravagantes -hasta los revolucionarios- se reunieron allí. Venían de todas partes: de Boston, de Chicago, de Nueva York, de Barcelona, de Londres, de Dublín. La rive Gauche, Montparnasse, Saint Germain, la rue de Feurus o la rue Jacob se convirtieron en las coordenadas de la nueva literatura, de la nueva estética y de la nueva política: de Gertrude Stein a Picasso, de James Joyce a Renée Vivien, renovaban no sólo la poesía o la pintura, sino el teatro y las formas sexuales. De este grupo nació tanto el surrealismo de Dalí como la lucha contra el patriarcado y el lesbianismo de la mayoría de las autoras.

Sobre este período se ha escrito abundantemente: novelas de Scott Fitzgerald, los Diarios de Anais Nin, las memorias de Henry Miller, los relatos de Hemingway y las cartas de James Joyce. Pero hasta ahora, los ensayos dedicados a este período de la vida europea, tan rico y dinámico, versaban especialmente sobre los varones. Era un París masculino, animado por los excesos y las extravagancias de Jean Cocteau, las innovaciones musicales de Erik Satie, los retratos de Picasso, los poemas de Apollinaire, las aventuras sentimentales de Hemingway, los chismes de Marcel Proust. Las mujeres, cuando aparecían, eran figuras secundarias (Colette mantuvo en secreto, durante más de seis años, que era la autora deClaudine) o como amantes, pronto desechadas. Tal es el caso de Nancy Cunnard, por ejemplo, amante de Louis Aragón durante un breve período. El suficiente como para que ella advirtiera la misoginia de los artistas surrealistas. Nancy Cunnard, con la agudeza que la caracterizaba, escribió acerca del grupo de artistas que rodeaban a André Bretón: "Pese a todos los propósitos de vivir de manera no convencional y de su deseo de escandalizar a la burguesía, los surrealistas tenían ideas muy convencionales y tradicionales acerca de las mujeres".

La historia debe ser reescrita muchas veces, para poder saber algo acerca de ella. Cualquier descripción o análisis de la primera mitad de nuestro siglo sería parcial e incompleto sin el ensayo Mujeres de la rive Gauche, de Shari Benstock, que analiza de manera documentada, minuciosa y completa los salones, la vida social, la vida íntima y la producción artística de las mujeres que vivieron en París de 1900 a 1940.

Editado originalmente en Estados Unidos, en 1986, traducido luego al francés, este libro nos llega ahora, señal del atraso que la crítica y el ensayo feminista tienen en España. Pero forma parte de esa ola imparable de recuperación de un pasado oculto, ignorado y casi siempre traicionado.

Es posible que a algunos no les guste la mera existencia de un ensayo de estas características, rigurosamente documentado, explícito, minucioso y abarcador, dedicado especialmente a todas esas mujeres que como Edith Warthon, Gertrude Stein, Janet Flanner, Natalie Bamey, Sylvia Beach, Djuna Barnes, Colette y Alice B. Toklas fundaron revistas, salones literarios, movimientos de liberación sexual, lesbianismo, editoriales, periódicos, y organizaron exposiciones, montaron espectáculos teatrales y protagonizaron intensas pasiones sentimentales. Son los mismos que no se conturban cuando la cultura machista les dedica cien páginas mensuales al fútbol, sin contar los programas de televisión o de radio, empeñados, con extrema seriedad, en averiguar si hubo o no fuera de juego en un pase de un lateral izquierdo a un centro-delantero.

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