Del Campo a la ciudad: CRISTINA

Una de las primeras imágenes de mi hermana es en la hamaca debajo de una morera. Se planificaba nuestra partida a la ciudad. Vivíamos en una  casa de madera, hecha en ese lugar con los materiales que adquiríamos en nuestro monte.
Para Cristina había sido relizada la cuna, de madera, muy prolija por el carpintero de la familia: su padrino Tío Livio.
En esa cuna también me crié yo. Luego Luisa, Mercedes y Mirta. Pero siempre fue de ella: Cristina.
Creo que fue la más trabajadora de la familia, terminaba quehaceres domésticos antes de concurrir a clases. Todas la admirábamos por ello.
Recuerdo las bromas que le hacía mi hermano: gordita. No había momento en que no asociara su figura con algo grueso y gracioso, aunque a Cristina, no le hiciera tanto chiste el asunto.
Ya en casa de la ciudad, la cosa no siguió tan igual, porque no podíamos ir juntas a la escuela, turnos diferentes. Fue buena alumna. Los maestros no la recordaron cuando ella falleció, me dolió. Mi dolor se volvió promesa, tanto que cada día de mi práctica docente, trato de conocer a cada una de mis alumnas en forma profunda.
Una noche, en la habitación que compartíamos, Cristina se despertó de una pesadilla gritando:¡ A mi mamita no! ¡A mi mamita no!, mientras decía que en su cara tenía una araña, algo que no existía.
Ese fue el comienzo de su enfermedad, primero gripe y luego cáncer linfático.
La enfermedad se apoderó de nuestras vidas.
Veíamos que Cristina había adquirido privilegios que a los demás no teníamos: postres, cuidados especiales, salidas con mi mami muchas veces y cuando la cosa fue más dura, ya no volvían a casa. Cristina estaba internada.
Allí apareció el médico de la familia: Dr. Medina y su esposa. Ambos nos acompañaron mucho. Nos visitaban una vez al mes y nos recetaban lo que necesitábamos. También una simple charla. El fue el primero que dijo que Cristina tenía cáncer, luego de una biopsia.
Mi vida fue meterme en mis estudios, la televisión, los libros y mis juegos, comencé a estar ausente de los problemas familiares.
Cristina, en sus últimos tiempos bajó esos kilos de "gordita" pero ya nadie hacía bromas. Cuando le dolían las piernas o la espalda me llamaba para hacerle masajes. Yo acudía y me halagaba ser su enfermera, pero jamás me imaginé perderla para siempre.
Un día llegó un regalo, mi sobrino Marcelo que era un pequeño ser, mínimo, de apenas 2k 400 gr y allí fue puesto todo nuestro interés. Principalmente el de Cristina que lo mantuvo en brazos hasta sus últimos momentos. Jugaba con él. Cuando ella partió Marcelo, en su cuna, jugaba "solo" y reía tal como lo hacía con ella. Marcelo nos enganchó a todos hacia el futuro. Un pequeño que cargó con nuestras flaquezas.
Ese día ULTIMO, mientras jugaba en el patio de casa, me avisaron que Cristina moriría. Nunca entendí el significado. Miraba el piso y deseaba saber que se hae en esos casos: llorar o no llorar. Decidí que no entenderían si me veían llorar. El beso final, antes de cerrar el ataud, lo siento en mis labios todavía, ese frío de la piel que me conmovió. Pero no lloré.
Hoy no lloró en funerales, perefiero recordarlos o bien tenerlos presentes justo como los conocí. Cristina sigue viva para mi, pero no la veo que haya adquirido años, sino como adolescente.
Cristina nos condujo por el camino del Dios Vivo, que me acompañó siempre por la ruta sin imágenes.
 Dios me une a lo presente con todos mis ausentes y se encuentra en cada paso que doy: el rostro de un niño, la mirada sabia de un anciano, las manos gastadas de un trabajador y las palabras de quien piensa con sabiduría.


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